diumenge, 30 d’octubre del 2011

Piedad



Para Rosa, en su cumpleaños
Querida Francesca,

Por Senesino, me entero de tu ingreso en un asilo para indigentes de Bolonia, y que pagas tu sustento fabricando botones. Puede que te consuele saber, aunque tú no eres tonta, que tanto él como yo estamos llenos de achaques, y que Londres dio por fin un puntapié a la ópera. La ópera italiana, claro. La única y verdadera ópera, que yo sepa. Y la ha sustituido por esas cancioncillas que tanto gustan por aquí, ópera-balada le dicen, donde se revuelcan en su melodías vulgares como los cerdos en sus heces. Así son los ingleses, insulares hasta el fin.

La charla fue larga. Senesino y yo recordamos viejos tiempos. Y los dos reímos como niños cuando escenificó para mí aquella vez que a punto estuve de asesinarte lanzándote por la ventana del teatro, si no callabas. Recuerdas? Cómo pudiste decirme que no cantarías lo que había compuesto para ti, y sin apenas conocerme!! Ah, la prima dona è la prima dona, gritabas como único argumento irrebatible mientras agitabas al tiempo tus pequeños pies y tus blancas manos intentando zafarte de mis brazos.

Tomamos varias tazas del insufrible té inglés -no hay forma de beber buen café en Londres, cómo añoro el que paladeaba en tu patria!- y algunas copas, nunca demasiadas, de un magnífico oporto que algún buen amigo dejó por aquí. Y brindamos a tu salud. Le pedí a Francesco -siempre creí que no era casual vuestra homonimia, y menos en el estreno de Giulio Cesare, hay un más allá que de cuando en cuando acierta- le pedí, te decía, y sé que sólo a mí me lo concede, que cantara algunas viejas arias. Hubo un poco de todo. Nuestros admirados Scarlatti, Vivaldi, el eterno joven y llorado Pergolesi -muerto hace ya veinte años, ¿lo puedes creer?.

Y, claro, alguna de las mías; bueno, de las nuestras, de nosotros tres. Cualquiera diría que fuimos eligiendo como al azar, pero no. Yo, desde el clave; él, desde su atalaya de dos metros. "Nunca había visto un hombre de planta baja, entresuelo y primer piso" -dijiste la primera vez que os conocisteis. Y los dos jugábamos a evitar lo inevitable. Sabíamos que tu aria, cuál si no, acabaría reuniéndonos en una cita imposible. Pero aplazábamos ese doloroso placer por respeto a la oculta admiración que siempre te profesamos. ¿Sabes que Senesino lloró lágrimas blancas -el polvo de arroz, qué te voy a contar- como un niño de coro, el día del estreno? ¿A que nunca te lo dijo? Ah, cómo sois los cantantes. Aduladores compulsivos, ególatras toscos y ruiseñores rotos por la envidia.

Se pietà de mi non senti… Y entonces le pedí me hiciera el favor de conseguir tus señas, las de tu asilo boloñés. La piedad, no creas, la siento por nosotros tres. No puedes molestarte. Necesitaba escribir esto que ahora anoto con más emoción que convencimiento. Pues pienso que hubiera sido magnífico haberme enamorado de ti. Te lo digo en serio, no sonrías, que te conozco. Porque sí lo estuve, enamorado, de tu maravillosa Voce d'angelo. Pero qué complejos son los sentimientos y los deseos humanos, Francesca, y qué primitivos los torpes usos impuestos por la tradición.

Fue oír los primeros compases del canto y la nostalgia hizo temblar mis manos, pese al oporto, y también tembló el aún asombroso fiato de Senesino. Nos miramos, y hubiéramos dado parte del poco tiempo que nos queda -hablo en serio, nacidos el mismo año, tengo el presentimiento que ambos nos despediremos también a la vez, y pronto- pues aún así, hubiéramos dado, como te digo, algunos de los últimos sorbos del raro oporto de nuestra existencia por poder abrazar, como a un viejo amigo, aquella voz que hace más de treinta años nos hizo uno de los pocos regalos que un músico recibe como un beso materno, como un pecho generoso que nutre esta incomprensible esperanza que los sonidos transmiten de forma tan absurda e inconsciente. Un néctar que tú has derrochado delante de tantos oídos pretenciosos, de tantos oídos que creían saber lo que era oro porque otros se lo habían dicho, porque otros así lo habían decidido por ellos.

Francesca, la vida no hace regalos. O acaba pasándonos factura. Siento, ahora te lo puedo decir abiertamente, piedad por ti, por Francesco, por mí mismo. Hasta qué punto cantabas con tus labios, con tu garganta puesta en un tiempo que aún no se había materializado? No lo sé. Nadie lo sabe. Y tú tampoco, pero el recuerdo de cómo anunciaste lo que ahora vivimos da paz a nuestros tormentos -como muy bien me hizo comprender Senesino. Dime que el nuestro, el vago recuerdo que guardas de nosotros, da paz a los tuyos. Si no, para qué vale la pena vivir? Tuyo, afectísimo,

G.F.H.

2 comentaris:

Rosa ha dit...

Gracias cariño. Me gusta muchisimo el texto que me has dedicado y la música que te puedo decir. Esta aria de Haendel sabes que es mi preferida y ademas esta versión cantada por Maria Bayo.El mejor regalo que me han hecho hoy por mi cumpleaños y no es posible que ninguno lo supere.Te quiero mucho :Rosa

Concha ha dit...

Precioso post,dedicado a Rosa,perfecto felicidades a los dos!!!